Casamata, en terminología militar, es el nombre que recibe cualquier construcción de tipo sólido destinada a albergar algún tipo de arma defensiva. Así podemos hablar de casamatas para ametralladoras, para artillería, etc.
Generalmente están construidas con hormigón de gran resistencia reforzado con acero, o planchas de acero, cubriendo toda la pieza, si bien, a veces, se hace uso de la forma del terreno para ahorrar parte de la construcción. Según el diseño, se dejan una o más aberturas desde las que hacer fuego sobre las zonas a cubrir.
En épocas anteriores a la Revolución Industrial, las casamatas se podían construir en ladrillo, tierra o, incluso, piedra trabajada.
Los campos que circundan Rivas-Vaciamadrid, Morata de Tajuña, San Martín de la Vega y Ciempozuelos, así como los que envuelven cerros como el Pingarrón, de 695 metros de altitud y La Marañosa; valles como los del Manzanares, el Jarama y el Tajuña; y puentes como los de Pindoque y Arganda, hitos situados todos en el sureste madrileño, fueron escenario durante tres semanas de febrero de 1937 de feroces combates desencadenados por la fuerzas golpistas para cercar Madrid por su zona meridional y aislarlo de Valencia, sede gubernamental republicana.
Su desenlace, prácticamente en tablas, mantendría el tenso equilibrio entre contendientes hasta el final de la guerra, dos primaveras después de aquellos hechos.
Más de 70.000 hombres participaron en distintas fases de la batalla. Por primera vez, de manera combinada, junto a las tradicionales tropas de infantería-milicias, caballería, ingenieros, artilleros, zapadores y pontoneros, intervinieron también carros de combate, aviones de bombardeo y artillería pesada, simultáneamente.
Protagonistas de aquellas jornadas de sangre y acero fueron brigadas internacionalistas como la Comuna de París, André Marty, Abraham Lincoln, o Seis de febrero, y tanquistas soviéticos, fusileros polacos o irlandeses, también voluntarios; o tabores de Regulares del Sáhara y de Ifni, mehalas y escuadrones de caballería marroquíes, árabes y bereberes, y pilotos nazis de la Legión Cóndor, así como soldados y milicianos españoles.
Jefes militares como Líster, Modesto, Burillo, Rojo y Miaja, u Orgaz, Varela, García Escámez, Asensio, Barrón, Buruaga y Rada, protagonizaron episodios de valor, inteligencia, coraje y también otros equívocos, de crueldad y de astucia, estremeciendo decenas de miles de corazones que, desde rincones de todo el mundo, seguían sobrecogidos cada jornada de la batalla.
Hubo posiciones que cambiaron de manos hasta 14 veces y tan sólo la pugna por el control de apenas 15 kilómetros de terreno entre los puentes de Pindoque y de Arganda, que separaban las primeras líneas de ambas vanguardias, se cobró hasta 5.000 bajas entre ambos ejércitos contendientes. El número total de víctimas se ha cifrado en unas 16.000. Como muestra de la dureza de los combates, 400 voluntarios estadounidenses, británicos, polacos y franceses, perdieron la vida en apenas unas horas en la Colina del suicidio y el Cerro Pingarrón.
Sobre los encinares y las laderas sembradas de olivos de las lomas que jalonan su paisaje, hoy, aún, se yerguen decenas de hitos pulverizados que fueron testigos de aquella batalla.
Pero los combates, que duraron apenas tres semanas, se vieron seguidos de un frenesí fortificador para jalonar el terreno de bastiones, casamatas, trincheras, blocaos -nidos de ametralladoras- y otras construcciones bélicas con las que asegurar los contados palmos de terreno ganados por unos y otros contendientes a costa de un elevadísimo precio de sangre por republicanos y nacionalistas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario